LOS NIÑOS Y LOS CONCIERTOS

El concierto del viernes en el Palacio Episcopal fue todo un éxito.  Las butacas se llenaron en muy poco tiempo y tuvieron que poner sillas para acomodar a las muchas personas que se quedaban de pié y aún así, hubo quien no puedo sentarse, algo bastante cansado ya que el concierto duró dos horas.

El programa tuvo algunas variaciones respecto al que colgué en el comentario anterior: Narayana tocó, con su grupo de cámara (piano, clarinete y fagot) una pieza del Concierto nº 2 de Mendelsshon; Sara y Guillermo, con el cuarteto de saxofones, cambiaron el In the mood de Glenn Miller, por Sud-America de Lino Florenzo y Alberto, que no figuraba en el programa anterior tocó al piano, acompañado por una violinista, la Sonata Primavera de Beethoven. (Los que no hayáis oído a Alberto tocar el piano os habéis perdido algo genial).

Y hasta aquí lo positivo, ahora voy con lo negativo. Y es la asistencia de niños pequeños a los conciertos. No critico la presencia en sí, ya que es maravilloso que se inicien en la buena música desde muy pequeños, pero con una serie de normas: si ellos quieren asistir hay que advertirles  que tienen que permanecer en silencio y atentos, por respeto a los demás asistentes y sobre todo a los intérpretes que necesitan tener toda su atención en lo que están haciendo. Y si no van a ser capaces de conseguirlo, por que al fin y al cabo son niños, pues no se va ¡y punto!. Si los padres son muy melómanos (cosa que dudo porque tampoco ellos pueden prestar mucha atención estando todo el rato pendientes de sus hijos) no pasa nada porque esperen unos poco años; los niños crecen rápidamente y tendrán tiempo de sobra para asistir a muchos otros conciertos.

En este caso en particular, que nos ocupa, había unos niños sentados en la primera fila (a poco mas de un metro de los músicos) que no pararon de moverse, hablar entre ellos, subirse encima de su padre y un minuto mas tarde de su madre (que estaba en la segunda fila, con el consiguiente recorrido en una y otra dirección), de dar patadas al asiento de adelante, etc, etc. Y lo se muy bien porque yo estaba en la tercera fila, justamente detrás de ellos, con el estómago encogido temiendo que en algún momento hicieran perderse a alguno de los intérpretes (menos mal que son todos unos profesionales, pero he sabido después que, realmente, algunos estuvieron a punto). Menos mal que acabaron marchándose, aunque cuando solo quedaban los dos grupos de viento, pero se quedó otra niña que ya no sabía que hacer con su aburrimiento. 

Siento parecer dura, pero creo que esto solo ocurre en los conciertos gratuitos, si los padres hubiesen tenido que pagar una entrada (también para los niños, cosa que no suele pasar) se lo pensarían mucho antes de llevarles a actividades que no les gustan o les enseñarían a respetar a unas personas que, para ofrecernos los mejor de sí mismas, han tenido que estudiar mucho y ensayar muchísimas horas.

Quiero decir que no se si los padres de esos niños pagarían algo, ya que a la entrada me dijeron que yo no pagaba por ser acompañante, por lo que se deduce que a algunos sí se les cobraría entrada, pero imagino que (como pasó en el concierto en el Mas Monzón) sería un precio casi simbólico (en aquel caso fue 1 euro).
Releyendo lo que había escrito, he visto que puede parecer que soy partidaria de cobrar entrada en los conciertos para que se respete el trabajo de los músicos y no es así: Lo que quería decir es que hay que educar a los niños (aunque antes hay que hacerlo con los padres) para que respeten el silencio donde sea necesario y que aunque el juego es muy importante en la infancia, no se puede jugar en todos los sitios y que
hay personas que sólo valoran lo que les ha costado dinero. (Seguro que en el concierto de "Los niños del Coro" el jueves en Monzón y cuya entrada costaba 18 euros, no había niños hablando y jugando).