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miércoles, 17 de mayo de 2017

Schubert - Impromptu Op.90 N.4 (Rubinstein)



Franz Schubert (1797-1828) fue un compositor austriaco, precursor del romanticismo y la forma breve, pero continuador, a su vez, de la sonata clásica. En su infancia tenía una gran voz, por lo que ingresó en la Escolanía de la Catedral de Viena, como soprano, hasta que le cambió con la adolescencia. Escribió numerosos Lied (composiciones para piano y voz) y también óperas, aunque estas son menos conocidas. Llevó una vida bohemia, un tanto disoluta y llena de escasez que hizo que siempre tuviera que necesitar la ayuda económica de amigos y mecenas y por la que se contagió de enfermedades venéreas graves que provocaron su muerte a los 31 años. Pocos años de vida, pero muy prolíficos en obras. Como anécdota personal, os contaré que descubrí a Schubert a raíz de un libro que me regaló un amigo de mis padres, cuando tenía 11 años, con varias obras de teatro de Alejandro Casona, en el que una de ellas es Sinfonía Inacabada.
La obra de hoy es uno de los Impromptus que forma parte de dos grupos de cuatro.

El intérprete, en esta ocasión, es Arthur Rubinstein (1887-1982) pianista polaco que está considerado como uno de los mejores del siglo XX, sobre todo en sus interpretaciones de Chopin. Al igual que Schubert, también en su juventud dedicaba más tiempo a disfrutar de la vida que a la música, aunque su gran talento le hizo triunfar a pesar de que él decía de sí mismo que el público valoraba como sublimes sus interpretaciones, cuando él sólo les daba unas migajas. Se reconocía vago y salía a tocar con pocos ensayos. Esto cambió totalmente tras su boda en 1923 y sobre todo tras un concierto del pianista ruso-americano, Horowitz, en París. La técnica y el virtuosismo que éste demostró le provocó tanta envidia que decidió llegar a superarlo. Aunque parece ser que siempre fué un músico atípico y transgresor. Barenboim cuenta que fue a visitarlo cuando tenía 11 años, tan nervioso que apenas podía hablar y que él, para romper el hielo, le dió un puro y una copa de coñac. También animó a Astor Piazzolla a seguir con los estudios de música, cuando a los 18 años le llevó una composición para piano que había escrito para él.

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